Época:
Inicio: Año 89 A. C.
Fin: Año 63 D.C.

Antecedente:
República Romana: desde los Gracos a la fase final



Comentario

Para entender el significado de las guerras que desde el 89 hasta el 63 mantuvieron Roma y el estado del Ponto, siendo rey de éste Mitrídates VI Eupator, es necesario tener en cuenta una serie de factores que constituyen no sólo el cuadro sino la razón última de las mismas. En primer lugar la personalidad del propio rey. Desideri ha destacado el hecho significativo de que el propio Apiano haya titulado su relato de tales guerras con el nombre de Mitridáticas, en vez de recurrir a la fórmula normal de aludir al ámbito geográfico o étnico (Guerra líbica, Guerra ibérica, Guerra de las Galias, etc.). El reino del Ponto (que tomó su nombre de la denominación griega del mar Negro) era uno de los estados helenísticos que se constituyeron después de la muerte de Alejandro Magno, como reino independiente desde el 301 a.C. bajo Mitrídates I. Al sur del Ponto estaban Galacia y Capadocia, cuya historia era similar a la del Ponto. Al Este estaba el reino de Armenia y al norte de Galacia estaba el reino de Bitinia, colindante con la provincia romana de Asia -antiguo reino de Pérgamo-. De todos estos reinos, el Ponto (gobernado por una dinastía de reyes llamados todos Mitrídates) fue el que más prosperó. Parte de la Galacia y la Capadocia habían permanecido durante bastante tiempo bajo el poder del Ponto. A la muerte de Mitrídates V, fiel aliado de Roma cuando ésta pasó a controlar Pérgamo, le sucedió su hijo Mitrídates VI. De él se cuentan multitud de anécdotas, entre ellas que había logrado inmunizarse a toda clase de venenos (cosa poco verosímil), que hablaba veintidós lenguas y tenía una vasta cultura helenística... Cuando tomó el poder fortaleció la posición de su reino extendiéndose por las costas septentrionales del mar Negro (península de Crimea) y la Cólquida. Reafirmó, asimismo, su posición sobre Galacia y Capadocia y creó una estrecha alianza con Armenia. El Ponto, convertida en la mayor potencia de Asia Menor -excepto Roma-, sin duda era observada recelosamente por los romanos, sobre todo por el hecho de que su rey mantenía una posición de independencia y no parecía dispuesto a asumir la condición de estado cliente de Roma. En segundo lugar, la provincia de Asia desde la época de los Gracos era la sede de una red de intereses económicos muy amplios, y los negotiatores habían demostrado sistemáticamente su predisposición a todo tipo de prevaricaciones para mantenerlos o elevarlos. Las sociedades de publicanos se enriquecieron y fortalecieron, gracias a la percepción de impuestos en la provincia de Asia, hasta convertirse en una fuerza independiente y con enorme capacidad de presión. Uno de los personajes más corruptos de la historia de Roma, Cayo Verres, al que Cicerón acusó, pese a las presiones en contra del Senado, por haberse excedido en sus prácticas de extorsión, robos y turbios negocios, sirve como ejemplo de los excesos a los que en Asia -y en otras provincias- podía llegarse con total impunidad, puesto que la acusación de Cicerón se debió a las denuncias de los sicilianos cuando Verres, después de haberse enriquecido inmensamente en Asia, fue nombrado gobernador de Sicilia en el 74 a.C. En el 67 a.C. el propio Cicerón, en su discurso a favor del encargo de la guerra mitridática a Pompeyo, desvela las razones últimas de esta guerra al señalar que la proximidad de un estado poderoso y antirromano producía miedo en los provinciales de Asia y el miedo se traducía en menores beneficios: "¿Cuál creéis que es el estado de ánimo de los que pagan los impuestos o de los que los perciben y atesoran, cuando están cerca dos reyes (Mitrídates y su aliado Tigranes de Armenia) con grandísimos ejércitos, cuando una sola incursión de caballería puede en un momento hacer desaparecer el tributo de un año entero?". La provincia romana de Asia era la base de un extenso negocio de relaciones comerciales en toda Anatolia. Los abusos cometidos por los publicanos decidirán posteriormente a César a restringir los poderes de éstos en Asia. Por otra parte, la política imperialista de Roma en estos momentos estaba basada, tal vez más que nunca, en la acumulación de territorios. Los niveles de éxito de los generales tardorrepublicanos se alzaban a medida que crecía el Imperio. Las grandes hazañas eximían, además, a estos poderosos de las restricciones legales que atañían a los demás: podían ser designados cónsules durante varios años ininterrumpidamente... Sólo cuando posteriormente estallaron las rivalidades que condujeron a la guerra civil, los romanos pudieron ver hasta qué punto el incremento del poder y las riquezas de Roma habían quebrado la moralidad tradicional y hasta qué punto las enormes oportunidades de engrandecimiento personal de los individuos amenazaban al Estado. En esta coyuntura, Mitrídates hubiera debido seguir el consejo que Mario le dio en el 98 a.C., cuando éste se hallaba en Asia, retirado de la política: "¡Oh rey! Intenta lograr una fuerza superior a la de los romanos o, si no cállate y haz lo que se te ordene!".El problema fue que Mitrídates no estaba dispuesto a hacer lo que se le ordenara ni a tolerar un poder como el romano, que sólo aceptaba tener súbditos en torno a sí. El mantenimiento de su propia dignidad política hacía inevitable la guerra y tal vez Mitrídates lo sabía cuando, en el 88 a.C., invadió Bitinia, episodio que desencadenó las hostilidades. Roma ordenó firmemente a Mitrídates que se retirase de Bitinia y éste, no tan sorprendido quizás como podría suponerse, contestó que era increíble que negasen a los demás el derecho de guerra. Ellos, que todo lo que habían obtenido era el resultado exclusivo de la guerra. No obstante, Mitrídates se retiró, pero no aceptó pagar la indemnización que Roma le exigía. Esta negativa no explica la actuación posterior de Roma ordenando a Nicomedes III de Bitinia invadir a su vez el Ponto, si prescindimos del concepto de hegemonía en el que se basaba el sistema político romano y que era el de una clientela internacional y de la avidez de los propios funcionarios de Asia. Mitrídates, tras pedir inútilmente que Roma castigase la agresión de su amigo el rey de Bitinia, decidió no sólo atacar a Capadocia, sino realizar una marcha -que resultó triunfal- hasta la costa egea, incluida la provincia de Asia, instalándose en Éfeso. Mitrídates comenzó su estrategia -o tal vez su esperanza- de concentrar todo el anti-romanismo disperso en Oriente y ofrecer la posibilidad de convertirlo en una venganza agresiva. Así se explica la orden terrible de Mitridates de dar muerte a todo ciudadano romano o itálico que estuviese en Asia. El número de muertos parece que alcanzó los 80.000. Apiano relata la minuciosidad con que se llevó a cabo la tremenda masacre, añadiendo que si Asia actuó así no fue tanto por miedo a Mitrídates como por odio a Roma. Mitrídates apareció ante los griegos de Grecia y de Asia como el rey vengador de estos frente a Roma, llamado a liberarlos de la tiranía y opresión romana. El siglo I a.C. fue una época terrible para muchas ciudades griegas. Sila había recaudado grandes sumas, inicialmente para financiar la guerra civil y, después, para castigar la deslealtad de éstas en la guerra mitridática. Las deudas los convirtieron en víctimas de los prestamistas romanos. Hacía ya tiempo que habían cesado los honores que, desde los días de la llamada liberación de Grecia, tanto se habían prodigado a los destacados personajes romanos filo-helénicos. Pero, como es sabido, Roma siempre utilizó como estrategia, en su política de expansión, buscar la alianza con las aristocracias locales. Incluso en esta época de depresión para el Este, muchos miembros de la clase alta consiguieron grandes ventajas privadas y públicas, llegando incluso a adquirir cierto poder en Roma, como es el caso de Teófanes de Mitilene, amigo de Pompeyo. Así, Mitrídates se vio obligado a buscar la adhesión del único sector que en el Este no había sacado ninguna ventaja del dominio romano: el pueblo. Para fortalecer esta adhesión, tomó medidas tales como la condonación de las deudas y la liberación de esclavos, lo que llevó a que las oligarquías se alarmaran ante una situación que, evidentemente, no suponía para ellos sino perjuicios. Esto hizo que se prestasen a ayudar a Roma con todos los hombres de que pudieron disponer. En Atenas, el filósofo Aristión o Atenión, asumió la condición de estratego al servicio de Mitrídates y restableció el antiguo sistema democrático. Delos -destruida en un ataque conjunto de Mitrídates y Aristión- pasó a la soberanía de Atenas. La respuesta militar de Roma se retrasó por el enfrentamiento que tenía lugar allí entre Sila y los partidarios de Mario. Mientras los comicios de la plebe habían elegido a Mario para comandar un ejército contra Mitrídates, Sila había sido designado por el Senado. Finalmente, fue Sila quien, después de su marcha contra Roma y la huida de Mario y Sulpicio Rufo, tomó la dirección de las tropas para enfrentarse a Mitrídates. En el 87 a.C., Sila desembarcó en Grecia e inició una marcha hacia el Este durante la cual infligió duros golpes a muchas ciudades griegas desleales. En su impaciencia por volver a Roma para restablecer el orden, Sila concluyó un tratado de paz con Mitrídates en Dardano, en el año 85. En él se imponía el abandono de todos los territorios ocupados. Sila, al regresar a Roma, dejó a L. Licinio Murena en Asia con el encargo de mantener la paz. Pero éste reanudó las hostilidades contra Mitrídates cuando le pareció oportuno, invadiendo el Ponto en el año 83 a.C. sin que se hubiesen producido acontecimientos nuevos que justificasen la agresión. Mitrídates elevó protestas al Senado de Roma y Murena, con menos gloria de la que había pretendido alcanzar, regresó a Roma en el 81 a.C. Cuando en el 74 a.C. murió el rey Nicomedes de Bitinia, éste dejó como heredero de su reino al pueblo romano, pasando Bitinia a convertirse en una nueva provincia romana. La ampliación del territorio romano en Oriente hacía más necesaria que nunca la eliminación del peligroso Mitrídates. Éste, por su parte, se encontraba en el 73 a.C. con un tratado de paz suscrito con Sila diez años antes y que el Senado romano no se había dignado ratificar, con una violación injustificada de la paz acordada y con una nueva provincia de Roma en Asia que rompía definitivamente el ya precario equilibrio de las monarquías helenísticas de Oriente. Consideró Mitrídates que había llegado el momento de ejercer su derecho a la autodefensa y declaró que ese legado carecía de validez y, sin gran resistencia, ocupó Bitinia. La nueva fase de la guerra mitridática la llevó a cabo L. Licinio Lúculo. Éste emprendió una acción firme, derrotó a Mitrídates en una serie de batallas y le obligó a replegarse hacia el Ponto. A finales del 83 a.C., invadió el Ponto mismo y obligó a Mitrídates a huir hacia Armenia, donde su yerno Tigranes lo recibió. Éste, tal vez impresionado por las victorias romanas, podía haberlo entregado, pero los embajadores romanos que en el 70 a.C. fueron a Tigranocerta, la capital de Armenia, se mostraron excesivamente arrogantes y provocadores y Tigranes prefirió luchar .En poco tiempo Lúculo invadió Armenia, apoderándose de la capital en el 69 a.C. Mitrídates y Tigranes se vieron obligados a huir hacia el Este y Lúculo inició su persecución a través de las montañas de la Gran Armenia. Esta audacia insensata, que significaba la marcha a través de escarpadas montañas, unida tal vez a la impopularidad de Lúculo entre el ejército, provocó la rebelión de las tropas. Lúculo fue llamado a Roma en el 66 y, pese a la oposición de los populares, obtuvo su triunfo y la designación de Póntico. Posteriormente se dedicó principalmente a la gastronomía. La última fase de las operaciones fue conducida por Pompeyo. Éste derrotó fácilmente al ejército de Mitrídates que, de nuevo, se vio obligado a huir hacia el Este y buscar refugio en Armenia. Pero Tigranes ya había renunciado al derecho a una existencia política independiente y había aceptado la dominación romana. Mitrídates huyó hacia el norte del mar Negro y Pompeyo no juzgó necesaria su persecución. Durante algún tiempo Mitrídates intento reunir un ejército en Crimea y reemprender su guerra contra Roma, pero la inutilidad de ésta empezaba a ser evidente incluso para el propio Mitrídates que, en el 64 a.C. vio convertido su reino en provincia romana, además de Cilicia que pasó también a ser provincia de Roma. En el 63 a.C. se suicidó y puso fin a su largo reinado de 53 años. El fracaso de Mitrídates se debió principalmente a la superior capacidad militar de Roma, pero también a la concepción política de la Roma tardorepublicana, decidida a eliminar la pluralidad de formas estatales reconduciéndolas a un orden mundial que garantizase los intereses generales, la paz y la seguridad del mundo romano. En esta concepción está ya presente la idea del imperium que Augusto consignará definitivamente.